
Revista Colombiana de Neumología Vol. 37 N° 2| 2025
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TERTULIA MÉDICA|El vallenato de 450 páginas: El día que el amor sonó en el corazón de un niño que se convirtió en médico
Alfaguara; 2005
Estaba viviendo mis años de adolescencia y mi
corazón a punto de estrenarse en las lidies del amor,
cuando la vi por primera vez, corría el año 1986,
con sus trenzas largas, sus ojos claros, su sonrisa
perfecta, y sus cuadernos abrazados al pecho. Ella
sonreía como si el entorno le perteneciera. Y un día,
después de verla pasar, escuché a lo lejos la canción de
Leandro Díaz interpretada por Silvio Brito, “La Diosa
Coronada”; ese día, ella se convirtió en la Diosa con
la que inauguré el corazón en el arte de amar. Desde
entonces, quise aprender sobre vallenatos. No por la
música en sí, sino porque me pareció que, si entendía
esa canción, entendería mi mundo y también, el de ella
y, podría, quizá, solo quizá, conquistar su corazón. Y
fue así como me encontré con el vallenato: no como
género, sino como lenguaje con el que aprendí a
expresar amor.
La tierra donde las historias no se escriben: se
cantan
La primera frase del epígrafe tiene una fuerte
resonancia con el vallenato, porque ambos, la novela
y el género musical, nacen del asombro ante lo
cotidiano, de la necesidad de contar lo vivido cuando
aún no hay palabras sucientes. Así como el vallenato
narra con lirismo y realismo mágico las historias del
pueblo, Cien años de soledad captura ese mismo
espíritu: oralidad, memoria colectiva, y un mundo
que se construye a través del relato.
La segunda frase del epígrafe podíamos dividirla
en tres partes para analizar su semejanza con la obra
Garcíamarquiana:
– El “señores vengo a contarles” remite
directamente a la tradición oral del Caribe
colombiano, la misma que inspira a García
Márquez. Es el tono del juglar vallenato, que
informa y encanta a través de la palabra cantada,
como el narrador omnisciente de Cien años de
soledad que relata las gestas de los Buendía como
si fueran leyendas locales.
– “Nuevo encanto en la sábana”: la expresión
puede leerse como una metáfora del surgimiento
de lo maravilloso en medio de lo cotidiano, uno
de los ejes centrales del realismo mágico.
– “Ya tiene su diosa coronada”: esta línea
resuena profundamente con el simbolismo de
los personajes femeninos en la obra. Mujeres
como Remedios la Bella o Úrsula Iguarán son
casi míticas: encarnan belleza, poder espiritual
y sabiduría ancestral. La “Diosa coronada”
alude a ese mismo tipo de gura legendaria: una
mujer elevada a la categoría de mito, venerada y
anunciada con solemnidad popular.
El vallenato nació en los caminos. En las
polvorientas trochas del valle del Cacique Upar, en
la Guajira fértil del sur o en la desértica del norte; sí,
allí nació en ese rincón del mundo donde los juglares
viajaban con sus acordeones, sus versos y sus noticias.
Porque antes de ser música comercial, el vallenato era
una forma de contar lo que pasaba. Una crónica oral.
Una memoria cantada. En esas historias, con aire
campesino, cantan el amor, la venganza, la alegría,
el desarraigo. Los sueños advertían, el tiempo no era
lineal. A veces parecía que todo lo real era un poco
mágico. O al revés. ¿Les suena eso conocido?
Cuando Gabriel García Márquez encontró el
acordeón
Gabriel García Márquez, hijo del Magdalena,
creció rodeado de esa atmósfera mágica de palabras
cantadas. Los juglares que llegaban al pueblo no
eran simples músicos: eran cronistas, profetas,
poetas errantes. Y sus historias, muchas veces
fantásticas, fueron las primeras grandes novelas que
Gabo escuchó y, con este aluvión de conocimiento
guardado, se convertiría años más tarde en el primer
Nobel colombiano.
El vallenato es más que una música, es una forma
de contar lo que somos. En las ardientes y polvorientas
calles del Caribe colombiano, con el calor pegado a
la piel y el alma cruzada por mil culturas, el vallenato
nació como el periódico oral de los pueblos; era
utilizado para llevar noticias y “razones” de pueblo
en pueblo. Lo inventaron los que creaban y andaban
caminos, los juglares, cargando un acordeón y una
historia que contar. Luego de historia en historia, de
canto en canto, se fue moldeando ese espejo que hoy
reeja la esencia del crisol que es el Caribe: mestizo,
nostálgico, alegre y dolido al mismo tiempo.